jueves, 16 de diciembre de 2010

¡Medita con el Papa!

Esta vez no con las palabras del Papa, sino con las meditaciones a a él le dirigen. ¡Qué genial poder meditar con las mismas palabras que el Santo Padre y la Curia Romana!

A continuación los links de las dos primeras meditaciones del Predicador de la Casa Apostólica, Raniero Cantalamessa:

La primera sobre "la respuesta cristiana al cientificismo ateo": http://www.zenit.org/article-37512?l=spanish

La segunda sobre "la respues cristiana al secularismo": http://www.zenit.org/article-37571?l=spanish

Como veis, son temas de la mayor actualidad, que nos interesan a todos.

El Adviento: una llamada a la paciencia y la constancia.


En la oración del Angelus del III Domingo de Adviento, el Santo Padre dirigió estas palabras a los fieles:

"Queridos hermanos y hermanas:
En este tercer domingo de Adviento, la Liturgia propone un pasaje de la Carta de Santiago, que comienza con esta exhortación: "Tened, pues, paciencia, hermanos, hasta la Venida del Señor" (5, 7). Me parece particularmente importante, en nuestros días, subrayar el valor de la constancia y de la paciencia, virtudes que pertenecían al bagaje normal de nuestros padres, pero que hoy son menos populares, en un mundo que exalta, más bien, el cambio y la capacidad para adaptarse a situaciones siempre nuevas y diversas. Sin nada que quitar a estos aspectos, que también son cualidades del ser humano, el Adviento nos llama a potenciar esa tenacidad interior, esa resistencia de espíritu, que nos permiten no desesperar en la espera de un bien que tarda en llegar, sino más preparar su venida con confianza operante.
"Mirad: el labrador espera el fruto precioso de la tierra aguardándolo con paciencia hasta recibir las lluvias tempranas y tardías. Tened también vosotros paciencia; fortaleced vuestros corazones porque la Venida del Señor está cerca" (Santiago 5, 7-8). La comparación con el campesino es muy expresiva: quien ha sembrado en el campo tiene ante sí meses de espera paciente y constante, pero sabe que la semilla mientras tanto cumple con su ciclo, gracias a las lluvias de otoño y primavera. El agricultor no es fatalista, sino que es un modelo de esa mentalidad que une de manera equilibrada la fe y la razón, pues, por una parte, conoce las leyes de la naturaleza y cumple bien con su trabajo, y, por otra, confía en la Providencia, dado que algunas cosas fundamentales no dependen de él, sino que están en las manos de Dios. La paciencia y la constancia son precisamente síntesis entre el compromiso humano y la confianza en Dios.
"Fortaleced vuestros corazones", dice la Escritura. ¿Cómo lo podemos hacer? ¿Cómo pueden ser más fuertes nuestros corazones, si ya de por sí son más bien frágiles, y si la cultura en la que estamos sumergidos les hace más inestables? La ayuda no nos falta: es la Palabra de Dios. De hecho, mientras todo pasa y muda, la Palabra del Señor no pasa. Si las vicisitudes de la vida nos hacen sentirnos perdidos y parece que se derrumba toda certeza, tenemos una brújula para encontrar la orientación, tenemos un ancla para no ir a la deriva. Aquí se nos presenta el modelo de los profetas, es decir, de esas personas a las que Dios ha llamado para que hablen en su nombre. El profeta encuentra su alegría y su fuerza en la Palabra del Señor, y mientras los hombres buscan con frecuencia la felicidad por caminos que se revelan equivocados, él anuncia la verdadera esperanza, la que no nos decepciona, pues está fundamentada en la fidelidad de Dios. Todo cristiano, en virtud del Bautismo, ha recibido la dignidad profética: que cada uno pueda redescubrirla y alimentarla, con una asidua escucha de la Palabra divina. Que así no los alcance la Virgen María, a quien el Evangelio llama bienaventurada porque ha creído en el cumplimiento de las palabras del Señor (Cf. Lucas 1, 45)."

Acerquémonos a escuchar el mensaje de María

Con motivo de la solemnidad de la Inmaculada, el Santo Padre dirigió a los fieles estas palabras en el Homenaje a la Inmaculada en la Plaza de España, en Roma:


"Queridos hermanos y hermanas:


También este año nos hemos dado cita aquí, en la plaza de España, para rendir homenaje a la Virgen Inmaculada, con ocasión de su fiesta solemne. Os saludo cordialmente a todos vosotros, que habéis acudido en gran número, así como a cuantos participan mediante la radio y la televisión. Nos hemos reunido en torno a este histórico monumento, hoy completamente rodeado de flores, signo del amor y de la devoción del pueblo romano por la Madre de Jesús. Y el don más hermoso que le ofrecemos, el que más le agrada, es nuestra oración, la que llevamos en el corazón y que encomendamos a su intercesión. Son invocaciones de agradecimiento y de súplica: agradecimiento por el don de la fe y por todo el bien que diariamente recibimos de Dios; y súplica por las diferentes necesidades, por la familia, la salud, el trabajo, por todas las dificultades que la vida nos lleva a encontrar.
Pero cuando venimos aquí, especialmente en esta fiesta del 8 de diciembre, es mucho más importante lo que recibimos de María, respecto a lo que le ofrecemos. Ella, en efecto, nos da un mensaje destinado a cada uno de nosotros, a la ciudad de Roma y a todo el mundo. También yo, que soy el Obispo de esta ciudad, vengo para ponerme a la escucha, no sólo para mí, sino para todos. Y ¿qué nos dice María? Nos habla con la Palabra de Dios, que se hizo carne en su seno. Su «mensaje» no es otro sino Jesús, él que es toda su vida. Gracias a él y por él ella es la Inmaculada. Y como el Hijo de Dios se hizo hombre por nosotros, también ella, su Madre, fue preservada del pecado por nosotros, por todos, como anticipación de la salvación de Dios para cada hombre. Así María nos dice que todos estamos llamados a abrirnos a la acción del Espíritu Santo para poder llegar a ser, en nuestro destino final, inmaculados, plena y definitivamente libres del mal. Nos lo dice con su misma santidad, con una mirada llena de esperanza y de compasión, que evoca palabras como estas: «No temas, hijo, Dios te quiere; te ama personalmente; pensó en ti antes de que vinieras al mundo y te llamó a la existencia para colmarte de amor y de vida; y por esto ha salido a tu encuentro, se ha hecho como tú, ha llegado a ser Jesús, Dios-hombre, semejante en todo a ti, pero sin el pecado; se ha entregado por ti, hasta morir en la cruz, y así te ha dado una vida nueva, libre, santa e inmaculada» (cf. Ef1, 3-5).
María nos da este mensaje, y cuando vengo aquí, en esta fiesta, me conmueve, porque siento que va dirigido a toda la ciudad, a todos los hombres y las mujeres que viven en Roma: también a quien no piensa en ello, a quien hoy ni siquiera recuerda que es la fiesta de la Inmaculada; a quien se siente solo y abandonado. La mirada de María es la mirada de Dios dirigida a cada uno de nosotros. Ella nos mira con el amor mismo del Padre y nos bendice. Se comporta como nuestra «abogada» y así la invocamos en la Salve, Regina: «Advocata nostra». Aunque todos hablaran mal de nosotros, ella, la Madre, hablaría bien, porque su corazón inmaculado está sintonizado con la misericordia de Dios. Ella ve así la ciudad: no como un aglomerado anónimo, sino como una constelación donde Dios conoce a todos personalmente por su nombre, uno a uno, y nos llama a resplandecer con su luz. Y los que, a los ojos del mundo, son los primeros, para Dios son los últimos; los que son pequeños, para Dios son grandes. La Madre nos mira como Dios la miró a ella, joven humilde de Nazaret, insignificante a los ojos del mundo, pero elegida y preciosa para Dios. Reconoce en cada uno la semejanza con su Hijo Jesús, aunque nosotros seamos tan diferentes. ¿Quién conoce mejor que ella el poder de la Gracia divina? ¿Quién sabe mejor que ella que nada es imposible a Dios, capaz incluso de sacar el bien del mal?
Queridos hermanos y hermanas, este es el mensaje que recibimos aquí, a los pies de María Inmaculada. Es un mensaje de confianza para cada persona de esta ciudad y de todo el mundo. Un mensaje de esperanza que no está compuesto de palabras, sino de su misma historia: ella, una mujer de nuestro linaje, que dio a luz al Hijo de Dios y compartió toda su existencia con él. Y hoy nos dice: este es también tu destino, el vuestro, el destino de todos: ser santos como nuestro Padre, ser inmaculados como nuestro hermano Jesucristo, ser hijos amados, todos adoptados para formar una gran familia, sin fronteras de nacionalidad, de color, de lengua, porque existe un solo Dios, Padre de todo hombre.
¡Gracias, oh Madre Inmaculada, por estar siempre con nosotros! Vela siempre sobre nuestra ciudad: conforta a los enfermos, alienta a los jóvenes, sostén a las familias. Infunde la fuerza para rechazar el mal, en todas sus formas, y elegir el bien, incluso cuando cuesta e implica ir contracorriente. Danos la alegría de sentirnos amados por Dios, bendecidos por él, predestinados a ser sus hijos.
Virgen Inmaculada, Madre nuestra dulcísima, ¡ruega por nosotros!"

Cuando la Gracia es más grande que el pecado

¡Paz y bien!

Aunque ya haya pasado, sigue viniendo bien leer las palabras del Papa para profundizar en el misterio de la Inmaculada, imprescindible para entender y preparar la Navidad. A continuación, las palabras del Papa en el Angelus de la Solemnidad de la Inmaculada:


"Queridos hermanos y hermanas:


Hoy nuestra cita para la oración del Ángelus adquiere una luz especial, en el contexto de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María. En la liturgia de esta fiesta, se proclama el evangelio de la Anunciación (Lc 1, 26-38), que contiene precisamente el diálogo entre el ángel Gabriel y la Virgen. «¡Alégrate, llena de gracia!, el Señor está contigo», dice el mensajero de Dios, y de este modo revela la identidad más profunda de María, el «nombre», por así decir, con el que Dios mismo la conoce: «llena de gracia». Esta expresión, que nos resulta tan familiar desde la infancia, pues la pronunciamos cada vez que rezamos el Avemaría, nos explica el misterio que hoy celebramos. De hecho, María, desde el momento en que fue concebida por sus padres, fue objeto de una singular predilección por parte de Dios, quien en su designio eterno la escogió para ser madre de su Hijo hecho hombre y, por consiguiente, preservada del pecado original. Por eso, el ángel se dirige a ella con este nombre, que implícitamente significa: «colmada desde siempre del amor de Dios», de su gracia.
El misterio de la Inmaculada Concepción es fuente de luz interior, de esperanza y de consuelo. En medio de las pruebas de la vida, y especialmente de las contradicciones que experimenta el hombre en su interior y a su alrededor, María, Madre de Cristo, nos dice que la Gracia es más grande que el pecado, que la misericordia de Dios es más poderosa que el mal y sabe transformarlo en bien. Por desgracia, cada día nosotros experimentamos el mal, que se manifiesta de muchas maneras en las relaciones y en los acontecimientos, pero que tiene su raíz en el corazón del hombre, un corazón herido, enfermo e incapaz de curarse por sí solo. La Sagrada Escritura nos revela que en el origen de todo mal se encuentra la desobediencia a la voluntad de Dios, y que la muerte ha dominado porque la libertad humana ha cedido a la tentación del Maligno. Pero Dios no desfallece en su designio de amor y de vida: a través de un largo y paciente camino de reconciliación ha preparado la alianza nueva y eterna, sellada con la sangre de su Hijo, que para ofrecerse a sí mismo en expiación «nació de mujer» (cf. Ga4, 4). Esta mujer, la Virgen María, se benefició anticipadamente de la muerte redentora de su Hijo y desde la concepción fue preservada del contagio de la culpa. Por eso, con su corazón inmaculado, nos dice: confiad en Jesús, él os salvará.
Queridos amigos, hoy por la tarde renovaré el tradicional homenaje a la Virgen Inmaculada, ante el monumento a ella dedicado en la plaza de España. Con este acto de devoción me hago intérprete del amor de los fieles de Roma y de todo el mundo a la Madre que Cristo nos ha dado. Encomiendo a su intercesión las necesidades más urgentes de la Iglesia y del mundo. Que ella nos ayude sobre todo a tener fe en Dios, a creer en su Palabra, a rechazar siempre el mal y a escoger el bien."

Ángelus de la II Semana

Queridos hermanos y hermanas:


El Evangelio de este segundo domingo de Adviento (Mt 3, 1-12) nos presenta la figura de san Juan Bautista, el cual, según una célebre profecía de Isaías (cf. 40, 3), se retiró al desierto de Judea y, con su predicación, llamó al pueblo a convertirse para estar preparado para la inminente venida del Mesías. San Gregorio Magno comenta que el Bautista «predica la recta fe y las obras buenas... para que la fuerza de la gracia penetre, la luz de la verdad resplandezca, los caminos hacia Dios se enderecen y nazcan en el corazón pensamientos honestos tras la escucha de la Palabra que guía hacia el bien» (Hom. in Evangelia, XX, 3: CCL 141, 155). El precursor de Jesús, situado entre la Antigua y la Nueva Alianza, es como una estrella que precede la salida del Sol, de Cristo, es decir, de Aquel sobre el cual —según otra profecía de Isaías— «reposará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor» (Is 11, 2).
En el tiempo de Adviento, también nosotros estamos llamados a escuchar la voz de Dios, que resuena en el desierto del mundo a través de las Sagradas Escrituras, especialmente cuando se predican con la fuerza del Espíritu Santo. De hecho, la fe se fortalece cuanto más se deja iluminar por la Palabra divina, por «todo cuanto —como nos recuerda el apóstol san Pablo— fue escrito en el pasado... para enseñanza nuestra, para que con la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza» (Rm 15, 4). El modelo de la escucha es la Virgen María: «Contemplando en la Madre de Dios una existencia totalmente modelada por la Palabra, también nosotros nos sentimos llamados a entrar en el misterio de la fe, con la que Cristo viene a habitar en nuestra vida. San Ambrosio nos recuerda que todo cristiano que cree, concibe en cierto sentido y engendra al Verbo de Dios en sí mismo» (Verbum Domini28).
Queridos amigos, «nuestra salvación se basa en una venida», escribió Romano Guardini (La santa notte. Dall'Avvento all'Epifania, Brescia 1994, p. 13). «El Salvador vino por la libertad de Dios... Así la decisión de la fe consiste... en acoger a Aquel que se acerca» (ib., p. 14). «El Redentor —añade— viene a cada hombre: en sus alegrías y penas, en sus conocimientos claros, en sus dudas y tentaciones, en todo lo que constituye su naturaleza y su vida» (ib., p. 15).
A la Virgen María, en cuyo seno habitó el Hijo del Altísimo, y que el miércoles próximo, 8 de diciembre, celebraremos en la solemnidad de la Inmaculada Concepción, pedimos que nos sostenga en este camino espiritual, para acoger con fe y con amor la venida del Salvador.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Segunda semana

¡Paz y bien!

Al empezar la segunda semana, os proponemos mandar fotos de vuestras coronas de adviento. El consejo diocesano de AC se lanza y nos manda la suya :



Hay que añadir también que la corona de la entrada explicativa de la corona de Adviento es de Esther y Adelina. Si os animáis, podemos hacer hasta un concurso de la corona de Adviento más bonita, colgando en el blog las fotos de cada una.

sábado, 4 de diciembre de 2010

¿Qué esperamos?

¡Paz y bien!
A continuación os mostramos el mensaje del Papa en el rezo del Ángelus del primer domingo de Adviento:


«El hombre está vivo mientras espera, mientras en su corazón está viva la esperanza». Lo recalcó el Papa en el Ángelus del domingo 28 de noviembre, en la plaza de San Pedro.
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, primer domingo de Adviento, la Iglesia inicia un nuevo Año litúrgico, un nuevo camino de fe que, por una parte, conmemora el acontecimiento de Jesucristo, y por otra, se abre a su cumplimiento final. Precisamente de esta doble perspectiva vive el tiempo de Adviento, mirando tanto a la primera venida del Hijo de Dios, cuando nació de la Virgen María, como a su vuelta gloriosa, cuando vendrá a «juzgar a vivos y muertos», como decimos en el Credo. Sobre este sugestivo tema de la «espera» quiero detenerme ahora brevemente, porque se trata de un aspecto profundamente humano, en el que la fe se convierte, por decirlo así, en un todo con nuestra carne y nuestro corazón.
La espera, el esperar, es una dimensión que atraviesa toda nuestra existencia personal, familiar y social. La espera está presente en mil situaciones, desde las más pequeñas y banales hasta las más importantes, que nos implican totalmente y en lo profundo. Pensemos, entre estas, en la espera de un hijo por parte de dos esposos; en la de un pariente o de un amigo que viene a visitarnos de lejos; pensemos, para un joven, en la espera del resultado de un examen decisivo, o de una entrevista de trabajo; en las relaciones afectivas, en la espera del encuentro con la persona amada, de la respuesta a una carta, o de la aceptación de un perdón... Se podría decir que el hombre está vivo mientras espera, mientras en su corazón está viva la esperanza. Y al hombre se lo reconoce por sus esperas: nuestra «estatura» moral y espiritual se puede medir por lo que esperamos, por aquello en lo que esperamos.
Cada uno de nosotros, por tanto, especialmente en este tiempo que nos prepara a la Navidad, puede preguntarse: ¿yo qué espero? En este momento de mi vida, ¿a qué tiende mi corazón? Y esta misma pregunta se puede formular a nivel de familia, de comunidad, de nación. ¿Qué es lo que esperamos juntos? ¿Qué une nuestras aspiraciones?, ¿qué tienen en común? En el tiempo anterior al nacimiento de Jesús, era muy fuerte en Israel la espera del Mesías, es decir, de un Consagrado, descendiente del rey David, que finalmente liberaría al pueblo de toda esclavitud moral y política e instauraría el reino de Dios. Pero nadie habría imaginado nunca que el Mesías pudiese nacer de una joven humilde como era María, prometida del justo José. Ni siquiera ella lo habría pensado nunca, pero en su corazón la espera del Salvador era tan grande, su fe y su esperanza eran tan ardientes, que él pudo encontrar en ella una madre digna. Por lo demás, Dios mismo la había preparado, antes de los siglos. Hay una misteriosa correspondencia entre la espera de Dios y la de María, la criatura «llena de gracia», totalmente transparente al designio de amor del Altísimo. Aprendamos de ella, Mujer del Adviento, a vivir los gestos cotidianos con un espíritu nuevo, con el sentimiento de una espera profunda, que sólo la venida de Dios puede colmar.

Vigilia por la vida naciente

¡Paz y bien!

El Papa empezó el Adviento con una vigilia por la vida naciente en las primeras vísperas del primer domingo de Adviento, vigilia a la que invitó a toda la Iglesia a unirse en los distintos países y diócesis. En la estupenda homilía, el Papa decía cosas como:

"Precisamente el comienzo del Año litúrgico nos hace vivir nuevamente la espera de Dios que se hace carne en el seno de la Virgen María, de Dios que se hace pequeño, se hace niño; nos habla de la venida de un Dios cercano, que ha querido recorrer la vida del hombre, desde los comienzos, y esto para salvarla totalmente, en plenitud. Así, el misterio de la encarnación del Señor y el inicio de la vida humana están íntima y armónicamente conectados entre sí dentro del único designio salvífico de Dios, Señor de la vida de todos y de cada uno. La Encarnación nos revela con intensa luz y de modo sorprendente que toda vida humana tiene una dignidad altísima, incomparable."
  
Podéis leerla completa AQUÍ.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Corona de Adviento

Un buen modo de empezar el Adviento, rezando y haciendo algo en familia, es poner una corona de Adviento en casa.


Se trata de una corona de ramas verdes en la que se fijan cuatro velas vistosas. Y cada semana se realiza el rito de encender las velas correspondientes. En casa, la corona se pone sobre la mesilla, o en el centro de la mesa del comedor, o en algún lugar destacado. También se puede poner a los pies de una imagen de la Virgen.

La corona hace memoria de las diversas etapas de la Historia de la Salvación antes de Cristo y es símbolo de la luz profética que iba iluminando la noche de la espera, hasta el amanecer del sol de justicia (cfr. Mal 3,20; Lc 1,78). A la vez, expresa la vigilante espera de la Iglesia que, con lámparas encendidas, aguarda la segunda y gloriosa venida de su Señor, cuando vuelva desde Oriente al final de los tiempos.

El primer domingo de Adviento, antes de comer, o el sábado por la noche, o en cualquier otro momento que resulte adecuado, se enciende una vela de la corona; el segundo dos; el tercero tres; y el cuarto, las cuatro.

Este rito se acompaña de una oración; también se puede cantar un canto y la oración; o la oración, el Padrenuestro y el avemaría. También se puede leer la primera lectura de la misa de aquel domingo.

 ORACIÓN DEL PRIMER DOMINGO
Encendemos, Señor, esta luz,
como aquél que enciende su lámpara
para salir, en la noche,
al encuentro del amigo que ya viene.
En esta primera semana del Adviento
queremos levantarnos para esperarte preparados,
para recibirte con alegría.
Muchas sombras nos envuelven.
Muchos halagos nos adormecen.
Queremos estar despiertos y vigilantes,
porque tú nos traes la luz más clara,
la paz más profunda y la alegría más verdadera.
"Ven, Señor Jesús. Ven, Señor, Jesús! 

Tríptico

Aparte del vídeo, os damos un tríptico donde se explica qué es la Conspiración de Adviento.

Pincha aquí para ver el tríptico.

Como aparece en el tríptico, podéis mandar vuestras ideas y sugerencias al email conspiraciondeadviento@gmail.com.

Iremos actualizando el blog con todo tipo de recursos para prepararnos bien durante el Adviento, desde oraciones y notas formativas a ideas para regalos.

Feliz año nuevo!

Paz y bien!

Hoy es primer domingo de Adviento, con el que empieza un nuevo año litúrgico y tenemos cuatro semanazas delante para preparar bien la Navidad, pero ¿cómo nos vamos a preparar?

¿Vivimos realmente la Navidad como se merece o nos despistamos tanto con las cada vez más abstractas luces y los regalos que comprar que cuando nos damos cuenta ya han empezado las rebajas y tenemos que ponernos a estudiar para febrero?

Desde Acción Católica os proponemos un modo nuevo (y viejo a la vez por ser el original :) ) de vivir la Navidad, dándole importancia a lo que de verdad lo tiene.

Para empezar os enseñamos este vídeo que esperamos os inspire :)


 

También nosotros queremos prepararnos en Adviento para la grandeza de la Navidad viviéndolo con los nuestros y sabiendo aprovechar los recursos, tanto materiales como sobre todo humanos, por eso, vamos a intentar vivir estas propuestas y como esas iglesias que menciona, dar lo que no hemos gastado absurdamente a quien de verdad lo necesite.

Estáte atent@ al blog para más info y ya sabes, a conspirar! :)
Ah! y comparte tus opiniones, ideas, acciones :)

Te atreves a entrar en la historia?